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Leopoldo Jiménez Nouel

Héroe de la Historia Dominicana

La Raza Inmortal

Un Niño como cualquier otro

Leopoldo nace el 31 de marzo de 1941, en Santo Domingo, República Dominicana. Hijo de Juan Jiménez de la Rosa y Luz Hortensia Nouel Romero de Jiménez.


Papá y mamá se casaron el 28 de octubre de 1939. Ambos oriundos de la República Dominicana. Papá nació en Jarabacoa y mamá en Puerto Plata. El vivía y trabajaba en Santo Domingo (Ciudad Trujillo, para aquella época). Ella seguía en su pueblo natal. Más de doscientos kilómetros los separaban. Mamá recibía una carta de manera interdiaria las cuales llegaban debidamente enumeradas. Cuando por alguna razón, él no podía escribirle, le enviaba un telegrama numerado sustituyendo así, la carta faltante.


Papá viajaba en moto desde la capital, en el sur de la isla, hasta Puerto Plata en la costa norte para visitar a mamá. Un día, él la llamó por teléfono y le dijo “..si quieres casarte vestida de novia, que te hagan un traje rápido, que mañana nos casamos…...” Y así fue. En sus retratos de boda mamá parecía una quinceañera a pesar de sus 22 años.

Leopoldo en la cuna que papá le hizo al igual que la sillita donde comía.

Leopoldo adoraba montarse
en la moto de papá.

Era glotón, inquieto y travieso. Se reía con mucha gracia pero, según cuenta mamá, lloraba mucho cuando bebé, limitando sus otras actividades domésticas.

El llanto continuo de mi hermano le impedía conciliar un sueño profundo y tranquilo y cuando por fin lo lograba no pasaba más de una hora sin despertar para continuar con su lloriqueo.

 Frente a frente

con el amor de mamá.

Hombro a hombro con papá,

Leopoldo percibe el apoyo
que recibirá de él en

sus próximos años.

En esos minutos de paz, mamá se apresuraba para tomar una ducha, actividad que nunca podía culminar con rotundo éxito ya que los gritos del bebé la sacaban presurosa del baño. Los vecinos y amigos comentaban que con toda seguridad el niño se convertiría en tenor e interpretaría con maestría las más reconocidas óperas. Ninguno de ellos imaginó que su misión en la vida sería otra, aunque su destino fue para mí como un canto por la libertad.

Siguió mi hermano creciendo con el tiempo y le llegó el momento de ingresar a la escuela. A los cuatro o cinco años lo inscriben en el colegio de las Amiama donde recibe sus primeras orientaciones escolares. Margarita asistía también al mismo centro educativo y recuerda con añoranza los “pilones” (caramelos) que, de manera artesanal, hacían en esa escuela. Posteriormente ingresa al Instituto Escuela para continuar estudios primarios bajo la dirección de Don Babá Henríquez.

Leopoldo con ingenuidad se cuadraba

ante el lente de la cámara de papá sin imaginar siquiera que,

unos años más tarde, se cuadraría ante
los dirigentes de un ejército de liberación.

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